martes, 1 de febrero de 2011

Pajas mentales en nuestras relaciones personales

SINOPSIS

Es conocer a un maromo con quien quisiera tener algo más que un simple polvo y, al volverlo a llamar, mutis por el forro. Mientras más insisto, más silencio recibo. ¿Hay alguna manera de resolver esta generalizada incomunicación?

Pajas mentales en nuestras relaciones personales

Yo, separada y con tres chiquillos machos todos seguiditos. A pesar de la experiencia a mis cuarenta y dos primaveras, hay que ver lo desarbolada que voy por la vida. Pero si tengo más apetito sexual que cuando vestía y peinaba como Alaska, allá por los horterísimos ochenta. Normalmente sacio esa sed despatarrada ante cualquier estúpido programa de viernes noche y devorando los deliciosos bollos de anís de la dulcería de abajo. Por cierto, qué bueno que está el panadero y sus bollos, pero vaya putada me han hecho - su feroz mujer y él mismo - abriendo ese inoportuno negocio tan cerca de mi insaciable ansiedad.

“Dos docenas de bollos, Marquitos”. Es escucharse mi voz desde la trastienda y aparecer esa fiera felina que tiene por mujer. “Ya la atiendo yo, Marco Antonio. Saca las napolitanas del horno, que deben estar a punto”, ordena sin quitarme ojo. Comprensible es su actitud, sabedora que lo más apetecible en su local es ese siempre espolvoreado de harina querubín que tiene por marido y de la entonación y brillo en la mirada que las clientas ponemos cuando hambrientas acudimos. No, no me como yo todos los bollos. Una de las docenas es para mis energúmenos hijos. Tranquilamente me zampo yo la otra tras engañar a mi conciencia con la convicción de que mañana mismo continuaré con los vídeos de la Jane Fonda. Pero hoy es mi día. Nadie se interpondrá. Como diría Martirio, “hinco el coño en el skay y no me levanta ni dios”.

Posteriormente arrepentida, últimamente me aborda la misma reflexión. ¿Qué demonios está pasando? Todo se dio la vuelta. Los machos a mi alrededor actúan cual egocéntricos hombres florero. Siempre a la expectativa. Pasivamente esperan cual figurines a que una los saque a bailar. Tenemos que ir decididamente hacia ellos como en uno de esos spaghetti-westerns. Andar de piernas arqueadas, mano en pistolera y melodía de lejano oeste silbada de fondo. “Hola guapo, ¿bailas?”. Entonces él tartamudea de inseguridad y, en el mejor de los casos, la cosa termina en polvo.

Siempre que pasa lo mismo, pasa igual. Tras llamarlos pasados unos días, no recibo respuesta o sólo estúpidas excusas que no hay dios que las crea. Raramente, alguno se comunica con sinceridad y, al hacerlo, habla por todos. Que si no está preparado para una relación, que si es muy receloso de su intimidad, que si tiene que resolver mil cuestiones antes de lanzarse, etcétera. Y yo me pregunto, ¿pero quién les ha dicho a estos narcisistas que pretendo una relación con ellos?

De una vez por todas, que se enteren mis amantes. Sólo busco cómplices. Vamos, simples aliados de guerra. Yo también tengo problemas y para nada los quiero metidos en mi casa. Pero, miércoles, retocemos de vez en cuando, que la Jane Fonda hizo muchos vídeos, pero pronto se me acaba el repertorio.

Se acabó. Dejo a los niños con su padre y me voy pa Marrakech. Puede que alguien allí me ayude a adelgazar los kilos de bollos deglutidos.

Fuente: http://www.whattovisitinmarrakech.com/es/masturbaciones-mentales/

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