lunes, 17 de enero de 2011

LOS GORRONES. Aves carroñeras en indudable expansión

SINOPSIS

No sé si será por lo de la crisis financiera esa, pero cada vez abundan más. Depravados rácanos que, curiosamente, mientras más tienen más practican el parasitismo. Los protagonistas del siguiente relato, aunque de sus nombres no puedo ni quisiera acordarme, son de carne y hueso. Vamos, que su parecido con la realidad, para nada pura coincidencia.

Los Gorrones. Aves carroñeras en indudable expansión

Ocurrió un viernes que salí ansioso por conocer gente nueva. Como no me cuesta nada relacionarme, y menos con cuatro cubatas encima, enseguida entablé relación con una parejita de lo más mona. Yo no sé a quién gusté más, si a él o ella, pero enseguida me adoptaron. Se sinceraron conmigo hasta el hastío. Que si se conocieron en idílico crucero, que si estuvieron viviendo en Nueva Zelanda, que si él dj y ella peluquera, que si residían en estupendo ático con terraza, etcétera. Tonto de mí, me sedujeron desde la segunda rimbombante exuberancia de la que hacían alarde.

Todo iba genial y más aún cuando no escatimaban en acertadas adulaciones. “Pero qué majo que eres”. “Para nada pareces tu edad”. “Se te ve como uno de esos maduritos tan interesantes”. “Un día vienes a comerte una paella”. En fin, no hacía falta tanto cuando me habían ganado desde la primera. Pero ellos, dale que te dale.

Cuando percibieron que mi ojo derecho ya se gobernaba solo y que al hablar se me escapaba algún estúpido balbuceo, me invitaron a lo único que se dignaron en toda la noche. Un chupito. Mientras, yo, venga a sacar rondas de cubatas. Ingerido el tequila, se les despertó ipso facto un voraz apetito por algo más fuerte y, muy viva ella, enseguida lo organizó llamando al camello. Apareció por arte de magia y después de dudosas cuentas dijo: “veinte por barba”. Curiosamente, al contrario de lo que cabría esperar tras tanta ostentosa verborrea, sólo reunían cinco entre ambos, por lo que, convenciéndome que en cuanto saliésemos del bar aportarían su parte, yo puse el resto.

Dos imperceptibles líneas por él preparadas y me animaron para ir a otro local muy chulo. Inesperadamente, una luz se me encendió por el camino y comenté la buena oportunidad para pasar por un cajero. Cuál sería mi sorpresa cuando, tras buscarse por todo lado, ninguno había traído la tarjeta. Es decir, no sólo no pagarían en ese momento, sino que, generosamente, me veía obligado a pagarles la entrada (quince eurillos por patilla) a la moderna discoteca. Mil veces asegurarían devolverme lo prestado.

Ya dentro, largo rato pasó durante el que yo practicaba el baile de la mano tonta (otro día te explico con más calma), mientras ellos se escondían. Cuando más caliente estaba, correspondido por otro que tampoco iba descalzo, se acercaron a despedírseme con cara de aburridos. Mis ganas por quedarme solo con el nuevo pavo me llevaron a plantarles sendos besos en sus más que caras, carotas, y aún fingí cierta pena, lo que ellos compensaron afirmando que mañana mismo llamarían para redimir cuentas.

Tras un mes ya no espero llamada, dinero, bolsa ni paella alguna. Pero si bien yo, aunque arruinado, entablé prometedora amistad con el otro maromo, algo me dice que éstos siguen tristemente aburridos y nunca fueron ni tan mona ni tan interesante pareja. Más bien desgraciadas y feas víctimas de su codicioso vicio e insignificante amor propio. Y es que si gorroneando perjudican la salud de los que a su alrededor estamos, en su soledad más marchitan, sobre todas las cosas, su propia autoestima.

Fuente: http://www.blogonlyapartments.es/los-gorrones/

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta tus manías