jueves, 13 de enero de 2011

¿Citas a ciegas o ciego a las citas?

SINOPSIS

Lo de las citas a ciegas tiene su morbo, pero también cierto peligro asociado. No es nada aconsejable si, como el protagonista de este relato, andas ciego de desesperación. A no ser que te gusten los extremos y estés ávido por vivir experiencias nuevas. No te equivoques, cualquier parecido con la realidad, pura coincidencia.

¿Citas a ciegas o ciego a las citas?

Quedamos en unos apartamentos en Budapest. No sé por qué ocurrió en esta ciudad y no en otra. Con lo tranquilo que yo estaba en mi pueblo. Visitando diariamente la fuente de la plaza mayor. No por adoración a su peculiar diseño, sino por inevitable de camino a cualquier lugar. Diariamente a por el inmenso pan de leña de la venta de la Toñi con el que mi madre hacía aquellos enormes bocadillos de chorizo. Me las pasaba mirando a las inalcanzables mozas contonearse y a los mozos siempre sucios rascándose sin tregua la entrepierna y escupiendo por doquier. Quién me mandaría a mí. Pero me picó la curiosidad y el sarpullido resultante hoy no sana ni de coña.

Se veía venir desde hacía tiempo. Mi madre, con sus frases lapidarias, ya lo había advertido. “A éste no lo casamos con mujer decente ni regalándolo en satánica ofrenda”. “Ni una buena mujer de anchas caderas me lo haría espabilar”. Que razón tenía. Mucho más visionaria que Rappel, esa misma mañana se despidió de mí como si no nos volviésemos a ver jamás. “Te he preparado dos en vez de un solo bocata y en la fiambrera llevas tortilla. Cada día vuelves más tarde y, pase lo que pase, no quiero que estés con hambre. Así nunca verás las cosas claras”. Quizá porque no tuve tiempo ni de oler el contenido de la fiambrera, cuando me di cuenta ya estaba como ciego de camino al encuentro con Brigitte.

La conocí, o quizá mejor dicho, lo conocí por Internet. Ingenuo de mí y por hacerme el interesante le conté a la primera de cambio todo lo de la herencia de la abuela paterna y lo de los guarros del Boni, un chiquero del hermano de mi madre que, a sus 74 años y tras morir su único hijo, me había caído del cielo muy a su pesar a cambio de regentarlo. Yo, qué quieres que te diga, lo de los guarros nunca fue lo mío, pero gracias a ellos y por aquello de las ventas me sirvieron de excusa para poner el Internet en el garito que hacía de oficina. Lo primero fue abrirme una cuenta en una de esas páginas de citas a ciegas asesorado por mi primo. Cada vez demoraba más en llegar a casa. Me dio tan fuerte aquello del cibersexo, que aquel día me eché la manta a la cabeza y me lancé a la estación de tren. “Un billete de ida a Budapest”. Con las prisas lo dejé todo y así mi madre lo contaba al policía. “Si ni siquiera probó la tortilla…”.

Y aquí me encuentro ahora. Recapitulando a orillas del Danubio en ésta la capital de Hungría. Aún bajo estado de shock tras verme enculado por tremendo travesti, me relamo del gustillo del “csirkepaprikás”, ese pollo al pimentón con el que tan dulce y pacientemente me esperaba a la mesa.

Fuente: http://www.whattoseeinbudapest.com/es/citas-a-ciegas-o-ciego-a-las-citas/

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